TED CHIANG, LA CIENCIA ESPECULATIVA DE LA FICCIÓN

El costumbrismo de los mundos raros


Ciencia ficción es un oxímoron. La ciencia es en origen una ficción de la realidad. Toda hipótesis es una fantasía, hasta que la avala el método científico. 

J. Wagensberg

 

La literatura y la ciencia comparten el método de la extrapolación especulativa, como la llama Steven Shaviro en Discognition, la facultad de construir ficciones o hipótesis como modos de percepción y conocimiento de la realidad. La ciencia ficción es la forma de narrativa que funciona extrapolando a partir de los desarrollos científicos y tecnológicos, así como sociales o culturales, con el rigor teórico de la ciencia y la inventiva y la imaginación de la literatura.

Juan Francisco Ferré

  

Algo sobre lo que pretende aleccionarnos la ciencia ficción es que debemos estar abiertos al cambio.

Ted Chiang 


Imagen: El País, Alexandra España



            Acaso todavía entre algunos lectores el marbete de ciencia ficción suene a literatura de saldo, algo así como lejano oeste espacial o apocalipsis tecnológico para friquis. Fábulas de segunda para el lector adulto, ocios de juventud, según la gola de algún cavernícola en peligro de extinción. Pero eso, las más de las veces, es fruto de la inercia comercial, la mala baba y el desconocimiento real, lector, del género. La verdad está ahí fuera, quien lo probó lo sabe. Yo puedo mentar a Stanislaw Lem, Aldous Huxley o Úrsula K. Le Guin para que el autoestopista interesado hojee esas constelaciones y juzgue más ajustadamente. Frankenstein Lives Matter! 


         Y aunque no todo es decadencia alienígena de novela negra y frías odiseas androides, algo hay de cierto en la preeminencia del tono sombrío, pesimista y a menudo catastrófico que redunda en el cliché del género, quizás asumido colectivamente a través del imaginario audiovisual desde hitos como Alien o Matrix (quien no conozca a William Gibson, que busque su Neuromante, fermento de la peli de las Wachowski y cuyo comienzo es ya antológico: El cielo sobre el puerto tenía el color de una pantalla de televisor sintonizado en un canal muerto), hasta las recientes distopías de Black Mirror. No en vano, ya en su momento hubo gente que entró en pánico con la performance apoteósica de La guerra de los mundos que hizo Orson Welles por la radio. Blade Runner, la adaptación al cine de Ridley Scott sobre un relato de Philip K. Dick, devino tótem al respecto creando una influyente estética de aires saturados y decadentes. J. G. Ballard, quien cuenta también con varias adaptaciones de sus historias a la gran pantalla, creo que podría ser otro paradigma de ese aire enrarecido y desesperanzado que suele asociarse al género. Otra luz más nítida tendrían, por el contrario, los clásicos Arthur C. Clarke e Isaac Asimov. Y en esta longitud de onda más amable, humanista incluso, cabría ubicar a Ted Chiang. (Aunque esto es solo una aproximación muy libre de alguien a quien le queda mucho género por leer).


    Así, Ted Chiang suele rehuir en sus historias el fatalismo y la distopía tan socorridos por el género y cuyo icono más reciente podría ser, como apuntaba, la serie Black Mirror. La referencia no es aleatoria, pues en Exhalación hay un relato, La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, parcialmente similar a uno de los primeros capítulos de la serie, Toda tu historia. En ambos relatos, el literario y el audiovisual, el asunto gira en torno a un conflicto emocional (padre-hija/cuento, novios/capítulo) filtrado a través de una nueva tecnología que permite un registro íntegro de la vida de las personas, como si los ojos de cada uno grabaran el día a día y éste estuviera a disposición del individuo en cualquier momento, con indexados y búsquedas por filtros, pudiendo movernos por nuestros recuerdos como por el metraje de una vasta película. En el capítulo de la serie, el drama queda acotado a una disputa de pareja que sufre en carne viva las consecuencias de esa nueva forma de hacer memoria y su verdad de hechos consumados, inapelables, en imágenes, decantando la moraleja hacia el desastre (abundando trágicamente en el tópico que todos hemos invocado en mitad de una discusión: ojalá estuviera grabado lo que pasó); al final, todo confluye en si podríamos soportar emocionalmente la verdad de los hechos siempre mano o si preferiríamos extirpar ese futurible.

        Sin embargo, en el cuento de Chiang el conflicto se expande (figurada y literalmente[1]) con más amplias resonancias en torno a nuestra relación histórica con las formas de memoria (oral-escrita-audiovisual), resolviéndose ese ‘drama de la verdad’ en el conflicto entre padre e hija de una forma mucho más original, por orgánica y constructiva. De hecho, en el propio relato de Chiang aparece incidentalmente, como un satélite dialéctico de las reflexiones del periodista/padre en torno a la nueva tecnología memorística, esa potencial distopía y desastre del tópico que encarna la pareja del capítulo: al estar todo grabado, las personas/parejas caerían belicosamente en bucles de búsqueda de la verdad durante las discusiones hasta sus últimas consecuencias, lo que se perfila como algo desestabilizador. Pero este aspecto, en el cuento literario, es un afluente de la trama, no el quid de la cuestión. La clave de bóveda del relato, que acoge ese postulado pero lo pule hasta prácticamente darle la vuelta, recae sobre los vínculos humanos con las formas de memoria que ha ido complementando la tecnología. Y en concreto, sobre las relaciones humanas en un entorno de memoria de acceso fragmentado, inconsistente en su fidelidad factual y aleatoria, sustentada en gran medida por el relieve de las emociones vinculadas a los recuerdos (la verdad del sentimiento; la que albergamos y manejamos hoy en día), y una nueva forma de recordar ilimitada, fehacientemente fiel a los hechos y a la carta donde, quizás, las emociones ya no adquieren tanta relevancia (o cuya mutación y readaptación nos asusta) en la construcción de esos recuerdos (verdad de los hechos, mediada por el nuevo software). Con todo lo que ello supondría para la forja de la identidad, pues la memoria es puntal de aquella. Miedo, en el fondo, a lo que parece atendar contra uno de los basamentos que nos constituyen como individuos y como sociedades. Con el entrecruzamiento de la historia aborigen, cuyo drama estriba en las implicaciones del paso de la cultura oral a la escritural, de la memoria de la voz (propia) a la del papel (sobrevenida por requerimiento europeo), el relato ensancha su dialéctica en un juego de contrapuntos y tamices reflexivos muy por encima de lo que rasca el capítulo de la serie.




 En definitiva, a Chiang no le interesa proyectar una realidad aumentada de los vicios de la tecnología con más o menos dosis de cinismo, sino integrar desde la fantasía y la literatura esa idea de exploración que mueve la ciencia, su fuerza especulativa y anticipatoria, como aproximación a la condición humana. Los juegos narrativos de Chiang, su lúcida, transitiva y luminosa inteligencia son inmensas miniaturas difíciles de olvidar.


 

       Dejo estos extractos de un artículo sobre Chiang del escritor Juan Francisco Ferré, que resume cojonudamente la experiencia −y por acercar también la literatura de este−:

El efecto que produce la lectura de cualquier texto de Chiang se podría describir así. Uno se deja arrastrar por las palabras de un discurso al que no es necesario prestar demasiada atención al principio para que nos vaya involucrando gradualmente, con una fase intermedia que combina la impaciencia paradójica y la relectura meticulosa, hasta alcanzar el momento supremo en que anticipamos con ansiedad creciente la información esencial que nos aguarda en las líneas finales.

[…]

Pero Chiang dista de ser un apocalíptico al uso y, por tanto, sus reflexiones solo demuestran que los humanos perseveran en lo que los constituye como tales incluso en contacto íntimo con seres creados por la tecnología computacional más sofisticada.



Dos libros recopilatorios, ese es todo su espectro visible [Conozco también este relato publicado en el New York Times, It´s 2059, and the rich kids are still winning]. Y aunque en 30 años apenas ha publicado 18 relatos, algunas de las fábulas humanistas de este redactor de manuales de software han cotizado los mejores premios de la ciencia ficción. La capacidad de Chiang para suspender la incredulidad del lector y mantenerlo eclipsado mientras plantea originales fantasías filosóficas o acuciantes futuros tecnológicos es de antología. En 2016 se adaptó al cine La historia de tu vida, el cuento largo o novelita de la lingüista y los extraterrestres que daba título a su primera colección de textos. Ahí muchos se acercaron a Ted. Afortunados.

           

            ¿Y si los ángeles existiesen y sus manifestaciones terrenales fueran fenómenos incontrolables, potencialmente devastadores, que algunas personas persiguen para hallar respuestas o redención como los físicos van al encuentro de los tornados? ¿Qué le queda a una mente radicalmente racional cuando su lucidez extrema revela el sinsentido de las matemáticas? ¿Qué pasaría si un implante anulara el reconocimiento de la belleza, de modo que las personas pudieran elegir ‘vivir al margen’ de los condicionamientos sociales que acarrean las apariencias, y cómo afectaría algo así al concepto de lo bello? ¿Tiene sentido una ciencia humana, de rango inferior y analógica, como si dijésemos, en un mundo de metahumanos donde el desarrollo intelectual y el avance científico se hacen casi telepáticamente, ajenos práctica y conceptualmente para nosotros? ¿Y si la humanidad fuera un golem preprogramado con un límite finito de generaciones, y solo la cabalística convertida en ingeniería biológica pudiera salvarnos de la extinción con un nominalismo metódico? ¿Y si el lenguaje fuera un arma cargada de futuro, tecnología punta alienígena capaz de alterar la percepción del tiempo?





Por ir concluyendo: la prosa es ágil, accesible, a pesar de ciertos pasajes más o menos ásperos por lo técnico o conceptual de algún aspecto; las tesis, profundas y alambicadas líneas Nazca de la ficción especulativa, esa literatura del condicional (¿y si…?) que, partiendo de una hipótesis improbable, alucinada, analiza sus implicaciones con verosimilitud: se perturba un punto de la realidad, el que se quiere abordar, y se observan las consecuencias en igualdad de condiciones (ceteris paribus, que diría Poe). La arquitectura de las historias está muy bien trabajada, como puede comprobarse, por ejemplo, en el ya comentado La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, con esas narraciones superpuestas en 1ª y 3ª persona casi como un diálogo conceptual, y con una hibridación discursiva en el voz del padre −que abre y remata el cuento−, oscilando del ensayo periodístico al relato confesional; o, mediante otros recursos, en las fluctuaciones temporales que envuelven La historia de tu vida, el relato adaptado por Denis Villeneuve en 2016 (La llegada), y donde partiendo de ciertas premisas de la lingüística y de una visita extraterrestre, el lenguaje se vuelve una tecnología revolucionaria que afecta a la experiencia del tiempo (yo creo que ya lo hace) 


        El asunto del lenguaje parece importarle bastante a Chiang, no solo por su relevancia en este relato trasvasado al cine con buena estrella, sino porque resulta sustantivo en otras piezas como el referido La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, o en El gran silencio, Setenta y dos letras y Comprende. Es posible, además, que indicio de esa importancia puro subconsciente, si no deliberada puerta de entrada; sobreinterpretación mía, lo más seguro, sea el hecho de que el primer cuento del primer libro lleve por título La torre de Babilonia, aunque no haya ninguna trama ni dispersión lingüística y solo el eco de la leyenda bíblica, casi como un macguffin, sobrevuele la aventura de un minero que, junto a otros hombres, habrá de subir a cavar la bóveda porque la estructura ya ha llegado al cielo. Se reformula libremente la versión trágica de las Escrituras mediante una fábula luminosa (quizás la más puramente fantástica) de resolución geométrica. [Deliciosamente fantástica y espectacular, con esos ángeles como devastadores superhéroes incontrolables, me resultó El infierno es la ausencia de Dios. Cuántica y virtualmente humanas e inquisitivas, La ansiedad es el vértigo de la libertad y El ciclo de vida de los elementos de software. Por su parte, y por si a alguien le hiciera boca la comparación y eso pudiera servirle para arrimarse a la literatura del bueno de Ted, Comprende, la trepidante narración en primera persona por parte de uno de los dos seres humanos que alcanzan la iluminación o el conocimiento absoluto por efecto colateral de un tratamiento con hormonas, y su enfrentamiento final, es una versión con anabolizantes, afinada y lúcida, de la peli de Scarlett y Morgan Freeman, Lucy (Luc Besón, 2014). Vamos, que he disfrutado los dos libros como un salvaje].


Y aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, si de ciencia ficción y Scarlett hablamos, además de la susodicha y la conocida Ghost in the Shell (Rupert Sanders, 2017), existe una curioso e inquietante metraje que se ha vuelto prácticamente de culto para iniciados, pero  desconocida para el gran público: Under the skin (Jonathan Glazer, 2013)



  En definitiva, volviendo a la literatura de Ted Chiang, un hábil e hipnótico abanico de recursos estructurales y discursivos, con relatos que abarcan desde el collage de diferentes voces (¿Te gusta lo que ves? Documental), el extravagante extracto del catálogo de una exposición (La niñera automática, patentada por Dacey) o un presunto artículo para una revista divulgativa (La evolución de la ciencia humana), hasta las últimas palabras de unas aves en peligro de extinción (El gran silencio), un inevitable mensaje del futuro advirtiendo del peligro de un juguete contra el libre albedrío (Lo que se espera de nosotros), o ese tributo a las mil y una noches que supone El comerciante y la puerta del alquimista con sus cajas chinas.


Por su ritmo de escritura, y su parca obra, unos lo asimilan a Rulfo. A Borges otros, por su hondo fabular y moderada dicción de los mundos raros. A Pynchon o Salinger por su figura esquiva y reservada… Pero eso son etiquetas, boutades o caricias, pues ya dijera el ilustre ciego que la lengua no es sino un sistema de citas. Bienvenidos a la literatura. Pasen, lean y, quizás, encuentren. Libros donde seguir buscando.


¿Qué pasaría si un inocente juguete dinamitara nuestra noción de libre albedrío? ¿Y si la existencia de Dios estuviera científicamente probada, pero el ombligo de su Creación fuera un planeta distinto de la Tierra? Si en Arecibo se construyó uno de los mayores radiotelescopios del mundo para rastrear inteligencia en los confines del universo, ¿por qué nadie oye los cantos de cisne de los papagayos de Puerto Rico? ¿Y qué ocurriría si pudiéramos visionar cualquier episodio de nuestra vida tal como sucedió, sin el matiz afectivo y el sesgo interpretativo de lo que llamamos «recuerdos»? No hallarás aquí un retablo ciberpunk del apocalipsis rollo Black Mirror, sino una luminosa corte de los milagros de la imaginación y la especulación científica. Larga vida a Asimov. Y a la condición humana.

 

Así saliva la contraportada de su segunda y última compilación, Exhalación, que estuvo entre los diez mejores libros del New York Times para el 2019. Pero no te fíes de los premios, ni de nadie: solo quien lo probó lo sabe. 


No me consideraría filósofo, pero es cierto que escribo sobre cuestiones filosóficas. La ciencia-ficción es perfecta para eso. Hace atractiva y creíble cualquier premisa del pensamiento. Hoy el mundo leería más filosofía si, en vez de redactar tratados, los filósofos hubiesen escrito relatos de ciencia ficción.

Ted Chiang

Posdata obligado y capricho.

 

Obligado. Los traductores, mamporreros de la cultura. La deuda con esta gente es inmensa, sobre todo para quienes no dominamos un plurilingüismo solvente. Así que vaya este mínimo agradecimiento para Luis G. Prado (La historia de tu vida, Alamut, 2020) y Rubén Martín Giráldez (Exhalación, Sexto Piso, 2020). Al primero no lo conocía, pero del segundo leí hace un par de años una de las novelitas recientes más extrañas, sugerentes y corrosivas, Magistral: el sarcástico y verborreico alegato de un rey atrabiliario que no es sino nuestra puta lengua española pidiendo renovación y riesgo, literatura de alto voltaje, a sus cultivadores. También, a raíz de aquella ácida novela, llegué a otro librito en que Rubén Martín Giráldez ejercía de traductor de un texto y original artífice de otro. Ya en su título, como en el cuerpo de Magistral (Jekyll & Jill, 2016), puede verse que su obra es un  cañonazo a la línea de flotación de la mercantilización de la literatura, la pereza creativa y, en definitiva, el adocenado estado de las cosas. Ojalá los disfrutéis como el menda. 




Capricho. Hace unos años, en una de las presentaciones del libro de poemas Serie, de Vicente Luis Mora, crucé un par de palabras con el autor sobre ciencia ficción y poesía y del tono apocalíptico al que suele tender. Surgió el tema porque una de las partes de ese libro eran precisamente poemas de ciencia ficción, Los viajes de Saasbeim, pero sin esa atmósfera oscura acostumbrada. Al leer a Chiang, he recordado aquella conversación y no quería largarme de este ya sobredimensionado post sin traer alguno de aquellos textos.

Ahora sí, que la fuerza os acompañe. 



Algunos enlaces con entrevistas/reseñas

 


[1] En el relato se alternan dos historias bien diferenciadas: la de un periodista/padre que reflexiona sobre un nuevo software de memoria (Remem) y un conflicto que ha tenido con su hija, e intercalado con este, la historia del adolescente Jijingi, miembro de un pueblo indígena de tradición oral bajo el incipiente dominio de los burocráticos europeos, y quien acabará convertido en escriba de su tribu.



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