LOS REPORTAJES DIBUJADOS DE JOE SACCO: CÓMICS Y PERIODISMO I

 En un mundo donde el Photoshop ha puesto de manifiesto que la fotografía puede mentir, tal vez sea hora de devolver a los dibujantes su función original: la de reporteros.

Art Spiegelman






Dice Sacco en alguna entrevista que suele hacer pocos bocetos sobre el terreno, que allí lo suyo son charlas y entrevistas, anotaciones del diario, patear lugares, inmersión y acaso algunas fotos que luego sirvan de contexto para la fase de dibujo posterior, a solas. En ocasiones, dice también, hay que dibujar in situ para guardar referencias porque sacar una cámara puede resultar peligroso: un pintamonas siempre levanta menos sospechas que un fotógrafo.





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en Radio Bierzo Cadena Ser]


Sacco ha estado en la Franja de Gaza, Chechenia, Sarajevo o Gorazde, entre otras regiones idílicas. Tras el trabajo de campo, y reordenadas las notas, afila los lápices. En su estudio, la intuición de los trazos sobre la memoria y el material periodístico va desenvolviendo la narrativa, cuajando las piezas de una crónica en viñetas. Blanco y negro es suficiente: los colores resultan de las formas, sin distracciones. No se trata de la imagen que vale más que mil palabras, con su instante sacrificado condensando el contexto, dice, sino de los detalles en segundo plano y su sintaxis de encuadres calando la atmósfera sobre las secuencias del subconsciente, transportando la empatía, digo, desde el barro de un campo de refugiados de Gaza a la nieve aborigen de Trout Lake en Canadá. Personajes, personas que nunca son mostradas como víctimas, sino como individuos, claroscuros de la dignidad y la supervivencia. La inmersión mejora cuando el lector puede marcar su ritmo del bocadillo a la estampa, conjugar sus frecuencias. No se trata de hacer lo correcto, sino de mostrar la realidad, dice Joe con esos gruesos labios que exagera hasta la caricatura en sus dibujos.







De una de sus misceláneas, Reportajes, recuerdo citadas unas palabras del famoso corresponsal Robert Fisk: siempre digo que los periodistas deberían ser neutrales y objetivos en favor de los que sufren. Joe lo parafrasea en sus términos: el periodismo de calidad no es tanto un asunto de objetividad, como de ser honesto. Y lo de si los cómics y sus dibujos son cosa poco seria para asuntos así, él siempre repite que no ha descubierto nada, y que allá cada cual con sus prejuicios, pero que ya en tiempos del Imperio Británico mandaban los periódicos a dibujantes para cubrir las batallas; y que por ahí andaba ya el fantástico Maus de Art Spiegelman, o la irreverente clarividencia del sucio Robert Crumb (pintor apócrifo de la mejor corte española, asegura). Y un poco más lejos, dice, salvando las distancias, Los desastres de la guerra, de Goya (que suele dar gritos la verdad en libros mudos).











En algún sitio oigo también que a Sacco le gusta ir al Prado para ver a Brueghel, entre otros, cuando viene a Madrid. No es casualidad, así, que a uno se le pase por la cabeza El Triunfo de la muerte al tener noticia de una de las obras más particulares de este dibujante y periodista. La Gran Guerra persuadirá a cualquier aficionado a la Historia y al Arte: un libro desplegable en acordeón con más de siete metros de ilustraciones como la larga batalla del Somme en que se ambienta, una macabra maravilla de inspiración medieval, abigarrada e hipnótica.





A mediados de los noventa, Joe Sacco alcanzó relieve con su obra Palestina, una crónica sobre la situación de los palestinos en la Primera Intifada, y que inauguraría una serie de reportajes periodísticos en historietas que cubren distintas zonas del planeta. Después de leer conjuntamente aquella y su última entrega, Un tributo a la Tierra, me ha dado la impresión de que la caricatura y el humor eran antes, de algún modo, más descarnados.

 



Esta oscura broma me hizo recordar la secuencia de El ala oeste de la Casa Blanca en que al presidente le regalan una antigua cartografía de Tierra Santa, un mapa de Oriente Medio dibujado en el siglo XVIII donde, lógicamente, no figura Israel por ninguna parte. Tras mostrárselo emocionado a varias personas de su gabinete asegurando que lo colgará en una de las paredes, que es una reliquia, una joya cartográfica, acabará desistiendo ante la reticencia de la mayoría de sus asesores por si alguien pudiera sentirse ofendido. Él es muy consciente del absurdo que aquello significa, se defiende y argumenta racionalmente un par de veces, en realidad todos lo saben, pero lo políticamente correcto y la pragmática de no meterse en charcos impera, diplomacia de retaguardia. Una tozudez tan estúpida como peligrosa (que niega la realidad, o la tergiversa), y en no pocas ocasiones, criminal. Como la que se desprende del chiste que ilustra Sacco. Como el silencio y la connivencia, no exentos de hartazgo -imagina el bueno de Sorkin-, del humo del cigarrillo del presidente de los Estados Unidos.



De su registro más suburbial conozco El Rock y yo, tributo personal del autor a la música y que ambienta sus años en el underground berlinés, o la satírica Bumf, donde el humor y la caricatura se desbordan en un periodismo gonzo sin cortapisas, puro sarcasmo contra la política exterior estadounidense.








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