LA CANCIÓN DE NOF4: PARECE LOCURA, PERO TIENE MÉTODO
Though this be madness, yet there is method in 't.
W. Shakespeare, Hamlet
My brain hums with scraps of poetry and madness...
Virginia Woolf, Cartas a mujeres
Fernando Oreste Nannetti, alias Nanof, alias NOF4, fue un pobre italiano nacido en 1927 que pasaría gran parte de su vida en el pabellón penitenciario del psiquiátrico de Volterra. Aquejado de esquizofrenia y encerrado en un mutismo abisal, sobre los muros del manicomio tallaría un libro de más de 70 metros de largo por 2 de alto con la hebilla de su uniforme, creando así un desbordante y enigmático mural poético cuyos restos llegarían hasta nosotros gracias al interés de uno de los trabajadores del psiquiátrico, Aldo Trafeli, quien entabló relación con el interno y traduciría aquella moderna y enajenada escritura cuneiforme. Después vendrían también las fotografías de Manoni, la salvaguarda de restos del muro en algún museo, sus muestras en catálogos de art brut y otros ecos que dan cuenta de ese alucinante legado entre lo plástico y lo literario.
Una de esas cajas de resonancia es el libro de Raúl Quinto, La canción de NOF4 (2021, Jekyll&Jill). Orbitando la historia de aquel ‘ingeniero de minas aeroespacial’ y su monumental y misterioso libro de piedra transcrito telepáticamente, el autor construye una narración que amalgama la biografía y el ensayo para ahondar en grietas de la naturaleza humana como la comunicación, la soledad, la pulsión de la escritura, su materialidad, los vínculos entre creatividad y locura o el propio estatuto de la demencia a lo largo de la historia.
Escribir para qué. Escribir desde dónde. Así se abre el libro, canto de dudas, dos interrogantes casi siameses que Raúl Quinto nos lanza sin afán retórico, sino demarcando una forma de asumir la creación que irá enseñando la patita entre líneas [y que remite tanto al quehacer de Nannetti como al trabajo de Quinto][1]: si somos para la muerte, si todo camina a la nada, hacia su descomposición más o menos acelerada, desde los jardines colgantes de Babilonia a esos pulidos arabescos en la pared ya apenas polvo o polen entre mariposas blancas por las ruinas de Volterra, ¿para qué ese denodado arañar los muros de Nannetti, para qué escribir libros, la creación artística y su pulsión enfermiza? Escribir, como elegir tiro de cámara, siempre denota un posicionamiento, una perspectiva [Yo nací (perdonadme)/ en la edad de la pérgola y el tenis, decía Biedma], una subjetividad asumida que algo persigue, o delata, aunque sea inconscientemente: Nanof recluido, desde los márgenes sociales gritando en piedra, diciendo ‘yo existo’ empantanado de psicofarmacología como una pista de despegue iluminada en la noche oscura del alma; y también: la locura ha sido a menudo romantizada, elevada a una estetización sin más moral que el espectáculo y su rédito inhumano, o deslizándose hacia esos vasos comunicantes del surrealismo y otras vanguardias, de tal modo que Raúl Quinto no obvia esa estela y pelea o debate con esa inercia. Ya apunté que no eran retóricos esos entrantes. Después, en virtud de curiosas lecciones y meditaciones frecuentes, como el perro: romped el hueso y absorbed la sustanciosa médula, que diría Rabelais.
Raúl Quinto en conversación con Ana Segura,
[1] Otros libros de Quinto, no sólo éste, se afanan en esos interrogantes, como puede rastrearse, por ejemplo, en uno de sus últimos poemarios, La lengua rota (2019, La Bella Varsovia), donde, a partir de la clásica anécdota según la cual Zenón de Elea se arranca la lengua de un mordisco para escupírsela al tirano que le exigía colaboración, se abordan otros desgarros sociales más cercanos como la fuga de civiles ametrallados en su huida de Málaga a Almería en 1937, el desastre de la Talidomida en los 60 o un puñado de muertes con nombres y apellidos que Raúl descarga poéticamente como esputos contra la tiranía, desde Ana Orantes a José Couso o Iqbal Masih y Berta Cáceres o Carlos Palomino. Parece insinuar el autor que no cabe morderse la lengua ante la barbarie y la injusticia si no es literalmente, para escupírsela a la cara: el poder de la palabra y el precio de ejercer ese poder. Por otro lado, en Yosotros (2015, Caballo de Troya), un libro más emparentado tanto en forma como en fondo con La canción de NOF4, se reflexiona y merodea muy sugerentemente en torno al concepto de individuo y colectividad (la delimitación/amalgama del yo, el otro y el nosotros) a través de textos híbridos que aúnan lo político y lo poético desde la disolución de las formas en masas de color en la pintura del Barroco, la comunión del estadio en la apoteosis del gol o la mutación y trascendencia del cuerpo y la carne en la tecnología que perfila el transhumanismo.
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