LA PROSA PÚLSAR DE E.T. EL CUENTISTA
arde la misma nada que no es nada
sino un pensar en llamas, al fin humo
Octavio Paz, Piedra al sol
La tarde transcurrida entre los sauces. En el servicio de té el bosque es el reflejo de un incendio y una abeja zumba sobre el pastel. Hace ya casi un jesucristo, treinta y dos años, que su primer libro de relatos, Velocidad de los jardines, causó una fascinación inhabitual en el mundillo literario, cuando no sólo la crítica celebró los hallazgos de una prosa como soplada en vidrio y de solvencia técnica, lírica a raudales, sino que forjó una legión de lectores afines a ese timbre narrativo donde el humor, la orfandad y la ternura crean personajes y atmósferas (casi mejor habría que decir voces, una luz) inolvidables.
Leer a Tizón podría parecerse a escuchar el mar de fondo en las fotografías de Madoz. Lo visual y lo insólito cotidiano, esa ironía dulce y acre, como un azar encontrado, magias modestas, son fuelle de esta escritura. Luego vendrían Parpadeos (2006) y Técnicas de iluminación (2013), éste último finalista de prestigiosos premios literarios.
Aunque la mirada procura no perderle pulso a la emoción, aquí la trama importa menos que el temple desbordado del lenguaje construyéndose como a bocanadas −hace ya demasiadas voces que no te oigo−, donde unas palabras o imágenes te llevan a otras y así sucesivamente, es la marca de ceniza en la frente de la tribu: un largo cabello atrapado en la pastilla de jabón le hacía pensar cada mañana en un adolescente egipcio embalsamado. Escribía para escribir. Escribía porque escribía. Esta es la historia de un hombre que se enamoró y le crecieron los zapatos. Sus cuentos son siempre la autobiografía de una voz, de una mirada. La intensidad de las palabras, el tono, es crucial; algo apenas tangible, pero que deja constancia de su virtud en la lectura.
Una década después, pues la prosa de Eloy prende en el sosiego, Plegaria para pirómanos (2023) reúne nueve piezas que invierten la estructura acostumbrada de sus libros, oscilando ahora desde lo más narrativo en los primeros relatos hacia la historia borrada, vaporosa, que es apenas canción. Dichosos los ojos funcionaría un poco como bisagra lírica entre ambas naturalezas y emblema de ese canto al deseo de ser, el sueño del libro, esa tos de palabras que anteceden a un cuento, el carraspeo de la mente antes de romper a cantar: porque al final nos queda el cuento, y no la nada.
Fuente imagen: El Español.
Un personaje, Erizo, sirve de eslabón entre historias y para abundar en el entredicho del yo y las relaciones humanas que van dando cobijo al argumento (o lo que sea el ser uno mismo): al fin y al cabo, la identidad del compás roto no se traza en las circunferencias. De ahí los huecos. Toda literatura es epistolar, sostiene Tizón, y asoma ahí un pliegue de su poética. Así que una carta de Leonard Cohen cierra el libro. Ay, Marianne, el amor que nos hicimos.
Además de colaborador en varios medios con artículos y recensiones, que reuniría parcialmente en el volumen Herido Leve, 30 años de memoria lectora, (2019), también ha publicado tres novelas, Seda salvaje (1995), Labia (2001) y La voz cantante (2004).
Tizón es la lengua, decía Octavio Paz en su 'Piedra al sol', y Eloy se pone rojo cuando lo trae a cuento Carlos Castán, pero qué bien hilado: la sintaxis es un movimiento del alma en su escritura, que dijo algún otro, y tal vez exageraba. Pero léanlo, léanlo, y déjense de reseñas y palabras prestadas. Y tengan cuidado ahí fuera, pues como dice el narrador: Por su apariencia, pueden confundirse con seres humanos, pero en realidad son spam.
Pinchando aquí puedes escuchar la reseña en
Festival Cuéntalo 2023, Eloy Tizón y Elvira Navarro
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